En los albores de la Ciencia Política, en una Italia recién nacida, donde duramente podía asegurarse la unidad y la estabilidad del gobierno de la Nación, en cuya dirección se sucedieron, primero la dominación por las armas, segundo la dominación institucional con los líderes de la Derecha y luego la Izquierda... allí, un politólogo se animó a desafiar el sentido común de su época. Gaetano Mosca se cuestionó desde una perspectiva política con base democrática y parlamentaria por qué siempre los mismos, unos pocos, gobernaban en nombre de muchos que no gozaban de poder pero si una suerte de influencia a través de su descontento en los asuntos públicos.
Llegó así a la idea que las sociedades se dividen en dos clases, la de los que mandan, y la de los que obedecen. Unos detentan el poder público con un cierto grado de legitimidad que les otorga la fórmula política (una elaboración normativa con contenidos ideológicos) breve y suficiente para lograr la aceptación por parte de los muchos para gobernarlos. Mientras que otros proveen de la acción necesaria para que sus decisiones se materialicen.
La primera -afirma Mosca en La clase política-, que es siempre la menos numerosa, realiza todas las funciones políticas, monopoliza el poder y goza de las ventajas que trae consigo; mientras que la segunda, más numerosa, es dirigida y regulada por la primera de un modo más o menos legal, ya mas o menos arbitrario y violento (recordemos el contexto en el que escribe), y ella provee de los medios materiales de subsistencia y de aquellos que para la vitalidad del organismo político son necesarios.
Reconoce una suerte de historicidad en el desarrollo de la clase política. Se va pasando del poderío militar, al poderío económico, luego reconoce la influencia que tienen las creencias científicas y religiosas, y advierte del valor de la herencia para la clase política. Estas variables van generando ciertos estatus de hecho que conforman las clases políticas, sí esta vez en plural.
Nadie dijo que hay una sola, y la teoría de Mosca no tiene por qué restringirse a su lugar de origen. Pero para hacer justicia a sus ideas valen estas palabras ante la tentación de traspolarlas a nuestra Córdoba pre PASO.
Cabe contrastar la idea de clase política formulada por la tradición elitista, con la de clase dirigente o clase en el poder que denota un sentido de temporalidad y de transitoriedad de una parte de la sociedad en la minoría dirigente.
El sociólogo Georges Lapassade afirma que desde una perspectiva marxista se sostiene que un grupo de funcionarios se convierte en clase burocrática cuando determinado número de condiciones entran a realizarse: paso de la división técnica a la división social del trabajo; ejercicio únicamente por los funcionarios de las tareas de dirección, innovación y regulación del trabajo, y no ya por el conjunto de la comunidad; explotación de los trabajadores mediante la prestación de un servicio y el descuento de un plus sobre la producción. Y que es el acto de organizar, la organización en el sentido activo del término, lo que fundamenta a la burocracia en sus privilegios de clase dirigente, de grupo social en el poder. Esa acción antes que nada reguladora es la que da nacimiento a la forma específica de dominación social sobre la base de la producción.
Es usual que se confunda los términos bastante seguido en los discursos políticos y vemos el oxímoron de políticos acusando pertenecer a una clase política a otros políticos. Y por ahí, por esa confusión, se cuela la ideología de mercado que invita a los ciudadanos a relacionar con lo moralmente bueno y económicamente eficiente, a lo que es aparentemente y estéticamente "nuevo", "natural", "no corrupto".
Y a veces la confusión no es un error, es provocada, y se abre la puerta a la antipolítica. Porque siempre que se amplía la esfera en la cual regula la vida el mercado, se reduce correlativamente la esfera donde regula la vida la política.
¿Los intereses de los ciudadanos se convierten en los intereses de la 'Clase Política' o al revés?
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