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Preguntas Poderosas



Esta vez tengo ganas de hablar en primera persona y compartir algo distinto: no se trata de cosas que sé sino más bien de cosas que no sé.

El viernes, durante la jornada global por el día del proyecto social, Alejandro Melamed decía: los liderazgos hoy no consisten en tener todas las respuestas sino en la capacidad de hacer preguntas poderosas. Ese fue mi aprendizaje del día y vino a reforzar una mirada que los cientistas sociales tenemos para con nuestros objetos de estudio. 

Entonces me puse a pensar en las preguntas: ¿Qué preguntas soy capaz de hacer? ¿A quién? ¿Está alguien dispuesto a responder? ¿Qué preguntas puedo hacerme a mí mismo?

Decidí concentrarme en el último grupo de interrogantes. Y por esas cosas casuales de la vida la pregunta más poderosa no vino de mí sino de un amigo: ¿Qué posición te gustaría ocupar? Que en realidad fue un “Qué te gustaría hacer” reformulado en relación a lo que trato de imaginar como un futuro profesional en el ejercicio de la ciencia política. Mi respuesta fue contundente: No sé. 

No me estoy preparando específicamente para una posición en un cargo público político, tampoco estoy preparándome para ocupar un puesto de mando en la jerarquía de la administración pública, tampoco sé si existe un “cargo” o una posición empresarial en el área de conocimiento que me atrae. 

Este blog viene a ser un recorrido exploratorio en ese sentido. Pero la verdad es que recibo muy poco feedback salvo de mis amigos más cercanos, pero estoy muy agradecido de que sean tan descarnados con sus críticas. Me imagino siempre que lo peor que puede pasar es que uno de tus asesores sea un obsecuente.

Y esto tiene relación directa con otra pregunta poderosa, esta vez sobre la realidad, que tampoco vino de mí: ¿Por qué los políticos hacen sólo lo que dice el que está más “arriba” y no asumen su cuota de poder? Que en realidad era una forma de replantear los trayectos de la clase política, es decir, como un militante se convierte en funcionario y luego en referente.

¿Qué conecta mejor a estas dos preguntas que el rol del politólogo en la sociedad? O mejor dicho: el hecho de que la sociedad desconozca y no valore el rol profesional del politólogo.

Pero cómo es posible que la gente “de a pie” comprenda algo tan complejo, tan novedoso, como el hecho de una disciplina que se para sobre sus opiniones y le dice al pueblo:  “tengo un saber que me distingue, que se relaciona con nuestro destino en común y que me coloca en mejores condiciones de pensar en los problemas que nos pasan y tratar de encontrar soluciones teniendo en cuenta el bien común de todos y todas, que nunca van a ser las mejores sino, las mejores que podamos lograr.”

Está claro, la ciencia política es un campo donde hay reglas y formas de capital que le son propias. Pero lo paradójico es que esa especificidad las haga ajenas al pueblo,  ajenas a la sociedad. Ajenas a la política, que tiene sus propias reglas y formas de capital. 

Cuando el Estado reproduce esa diferencia, al instalar la movilidad social descendente en los sectores académicos y profesionales: ¿Qué opción queda sino la disyuntiva entre someterse al Estado mediante sus redes clientelares, o insertarse a un mercado atrofiado que no valora o no conoce al politólogo?

¿Por qué entonces proliferan el nepotismo, las prebendas, la corrupción, la falta de capacidades estatales, las ineficacias de las administraciones públicas?
¿Acaso el saber experto no es una mejor forma de lealtad?

Si tenés algunas respuestas, o alguna buena pregunta, también podes enviarme tus comentarios por privado

Comentarios

  1. Hoy reflexionaba sobre estas ideas y quiero manifestar que no se trata de cuestionar el principio democrático que debe regir la elección de nuestros representantes que conducirán el gobierno, sino de tensar la idea de que el saber es propio de una clase aristocrática y ajeno a las masas
    populares. Hoy la tecnología ha reducido los costos de acceso al saber para las grandes mayorías. Todavía tenemos mucho por hacer para reducir la brecha, y el contexto actual lo puso más arriba en la agenda. La paradoja está en que los liderazgos de extracción popular no son capaces de resolver en la complejidad por lo que necesitan del saber experto. Pero por el otro lado el saber experto, a secas, es cuando menos inútil sin la sensibilidad propia de lo popular, y como máximo perjudicial para el pueblo cuando está sometido ideológicamente a potencias foráneas.
    La pregunta es entonces ¿Pueden convivir el saber experto y la dimensión popular de la representación? Yo pienso que sí. Porque están llamados a realizar tareas diferentes. Una racionalidad sólo puede ser reemplazada por otra, mas nunca hay un vacío.
    Si inevitablemente van a surgir elites, ¿Qué elites nos convienen?

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