Es usual que se maneje, sobre todo en redes sociales, una forma de hablar un poco maniquea y un poco ingenua, cuando se hace referencia a la política. Esto, con la clara excepción de las redes y círculos especializados en la disciplina.
La ciudadanía política democrática, nos enseña Chantal Mouffe, es la resultante de un juego paradógico que resulta de la conjunción de dos tradiciones: el liberalismo político y la tradición democrática, ambas muy presentes en nuestro país y en Córdoba.
Cuando se apela a la ciudadanía se recurre a más vocabulario de la tradición liberal, que -intuyo- es el resultado de una larga tradición de formación política de nuestros dirigentes en las aulas de la Casa de Trejo, más precisamente en la facultad de derecho. Para estos notables abogados liberalismo político significó un reducto intelectual seguro frente al autoritarismo una época muy oscuras del país. Esto, entre otras cosas, significo acentuar un racionalismo jurídico y un purismo del derecho, que se despojaba de todo tipo de connotaciones políticas, sociales, económicas que subsistió incluso hasta mis días de estudiante de derecho. Excepciones, las hubo, lo sé y las supongo. Con el advenimiento de la democracia subsistió el temor, o la inconveniencia -por no decir connivencia de las elites- hacia la apertura al desarrollo de una ciencia jurídica, que se me ocurre caprichosamente calificar de integral o más completa. De hecho aún se otorga solo el título de grado de abogado. Evidentemente muchos y muchas se quedaron en el pasado.
De la tradición democrática en cambio, reconocemos sus expresiones más radicales como el Cordobaso que y otros y otras aún levantan como bandera. Poco se discute en esta ciudad a cerca de la democracia intrapartidaria o la democracia sindical. Esto también es una forma de quedarse en el pasado.
No es raro, en este contexto, que lo que se tenga para decir en campaña sean discursos ideológicos que no tienen anclaje en la realidad actual de la provincia. O que se exacerben los antagonismos, incluso llegando a convertir los clivajes en verdaderas fracturas en términos de amigos - enemigos, en la doble dimensión de los frentes internos y los frentes externos de la vida partidaria.
Y ante un enemigo, lo razonable, es defenderse. Pero como ese enemigo es una construcción discursiva de quienes nada tienen para aportar en términos propositivos a la discusión pública y al debate democrático - ni siquiera en las instituciones que el liberalismo político nos legó-, esa defensa también lo es. Son relatos que frente a la pandemia pierden todo potencial épico.
Nada hay de heroico en defenderse de un enemigo que no existe.
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