Mi generación creció de forma lineal mientras la tecnología se duplicaba de forma algorítmica. Como buen hijo de un ingeniero en sistemas me desarrollé rodeado de tecnología, que a veces aprendía a usar solo por explorar y aprender. En casa también había una gran biblioteca de filosofía, que también escudriñaba con la mirada. Más allá de las preguntas y las respuestas, la forma de pensar era creativa y lógica. Mientras yo aprendía que algunos cambios eran inevitables veía como en mi entorno todavía había amigos sin acceso y personas a quienes la tecnología le causaba rechazo.
Con mis amigos crecimos con pocos mandatos, más que uno: serás lo que vos quieras, pero sin duda con la ferviente certeza que, aunque nos dijeran que todo dependía de uno, con solo querer no bastaba. No sabíamos lo que hacía falta, en lo mío no sé aún. De cuatro más cercanos, cuatro quisimos ser abogados (al principio). Esas ideas se gestaron de dos mil uno a dos mil cuatro. En dos mil cinco, trastabillamos. Vivimos el corralito y el ALCA "al carajo", pero nunca nos inmutamos. Más allá de las ideologías compartidas o dispares, la conciencia de la política y un bien común nos juntaron y alejaron.
No soñamos con dejar el país, ni nos creímos capaces de desarrollarlo. No soñamos con ser felices con perro o gato, aunque los adoramos. No soñamos el sueño que nos vino a proponer Kirchner, pero la mayoría lo votamos. Muchos, cuando pasó a ser eterno, nos movilizamos. Sabíamos que con querer no basta. No sabíamos que queríamos ser o hacer, todavía, y no me refiero a términos partidarios. Otros y otras sí, soñaron. Algunos y algunas sueñan, y aún duermen. Nosotros despertamos. Aun así, no soñamos.
Somos la generación del desencanto (de la política y de la postpolítica). Sabíamos que aunque las ideologías no murieron, las mataron; nosotros no estuvimos en ese mambo, es otro sueño que no soñamos.
Nunca pudieron dormirnos, y a eso nosotros no lo intentamos.
La política no puede ser un sueño, tiene que ser la que nos permita soñar. O soñarnos.
Nunca soñamos lo suficiente, y ahora quizá no podamos.
A las generaciones que vienen: ¡Que Sueñen! Pero no la épica diletante de Héroes y Villanos.
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