Desde las olimpiadas de Berlín de 1936 y el Nazismo, pasando por el mundial del 78 y la perversa junta militar, hasta la muerte de Kobe Bryant, deporte y política se entremezclan de manera espectacular en una unión tan imbricada como indisoluble, tan evidente como plagada de desacuerdos.
Cuál es la naturaleza de la relación que los une, si es que deben ir juntos…
Para comenzar, hay algunos hechos concretos: la instrumentalización del deporte como herramienta ideológica de la política, sobretodo en la construcción de los Estado-Nación cuando el deporte vino a reforzar las identidades Nacionales. Su instrumentación como herramienta de control social en las sociedades de masas donde opera como un verdadero opio de los pueblos, distrayendo la atención y el interés de los ciudadanos hacia temas alejados de la agenda política (sobretodo en las sociedades de mercado donde el paradigma del deporte es, oh sorpresa, el mercado). O bien como herramienta para trazar el camino “para sacar a los pibes de la calle y de las drogas” que opera en las políticas públicas de los estados bienestaristas.
No es difícil comprender que el espacio vital donde el deporte se realiza, los clubes, centros de entrenamiento, diversas canchas, palestras, rutas y senderos, son espacios de intercambio de valores y socialización política. Así el deporte desde un punto de vista antropológico opera como fenómeno de masas que reproduce un orden social.
El falso dilema emerge cuando confrontamos esta realidad con los valores que dan nacimiento al paradigma hegemónico del deporte a nivel internacional cuyo valor eje es la neutralidad política del movimiento olímpico, que implica toda una postura política ante la vida.
Todavía en el ámbito de lo privado, las organizaciones deportivas como clubes, federaciones, asociaciones civiles o mutuales, etc… O incluso en el ámbito publico, con las federaciones nacionales, o provinciales, o los órganos del estado encargados del diseño, formulación, evaluación, monitoreo y control de la política pública deportiva. Ambos todos, están atravesados por otra dimension de la política que vuelve la discusión más compleja aún: la política partidaria, que enfrenta a dos listas encolumnadas en dirigentes de un club en la elecciones de la comisión directiva, o la disputa por el control de los espacios estatales de parte de los partidos de gobierno, desde una secretaría de deportes de un municipio, a una agencia o secretaría de un ministerio nacional.
La política es eso, conflicto. Pero la política no es sólo eso, es también acuerdos y consensos, que por lo general se construyen sobre valores. ¿Y el deporte qué tiene más poderoso sino eso: valores?
La pregunta queda planteada: ¿Deben las organizaciones deportivas o los dirigentes deportivos involucrarse en la política de políticas públicas, o de lo contrario, deben mantener una neutralidad respecto de aquella?
No hay una respuesta. Pero en principio: sí, y no. Depende de cada deporte, de cada institución y de en que fase de su desarrollo se encuentre la disciplina. Depende de los lideres deportivos y su capacidad para persuadir a los deportistas a involucrarse en la vida común del deporte, empoderarse y fijar el rumbo y los objetivos. Depende de los deportistas el apoyar el desarrollo democrático de sus organizaciones y de su participación activa en las discusiones, en asumir su rol pedagógico frente al resto de los mortales: la sociedad, el público.
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